El Cebro ibérico

 

De vez en cuando, con mayor incidencia en verano seguramente por la falta de noticias, la prensa se hace eco de historias relacionadas con temas ecuestres. Hace poco hemos podido leer una referencia al cebro ibérico, al que dudosamente identificaban como el último caballo salvaje del sur de Europa y que desapareció en tiempos de Felipe II.

Según se deduce de las crónicas de Brunetto Latini, embajador florentino en la corte del Rey Alfonso X “el sabio” debió ser un équido rápido y muy resistente, más que los caballos domesticados de la época.De capa gris «como las ratas», pero con una raya oscura en el lomo y las extremidades negras. Pesaba unos 300 kilos y tenía una alzada de 1,30 ms. En las Partidas se le menciona como «onagro, asno montés, o encebro», aunque todo apunta a que era un caballo.

Carlos Nores, investigador de la Universidad de Oviedo y autor principal del trabajo «El cebro ibérico: ¿que clase de animal fue?», publicado en la revista «Anthropozoologica», dice que «en España y Portugal hay 155 topónimos relacionados con este animal que sabemos que existió, pero que desapareció sin dejar rastro». Nores sigue explicando que en el siglo XVI, en las Relaciones Topográficas de Felipe II, se le describe «como una yegua cenizosa que relincha –los asnos y los burros no lo hacen– y que desapareció hacia 1.570 de la zona de Chinchilla (Albacete)».

Del cebro ibérico existen infinidad de menciones en los libros antiguos, especialmente en el tratado que en 1.752 escribió Fray Martín Sarmiento sobre este animal y también muchos nombres repartidos por toda la geografía peninsular. Ahí están Piedrafita de Cebreiro, en Galicia; Cebreros, en Ávila; Vegacebrón en Asturias; Cebrones del Río, en León; el collado de Las Encebras, en Albacete… O incluso el nombre de cebra dado por los colonizadores portugueses a este animal africano, seguramente porque les recordaba al que aún corría por el Reino de Castilla y con cuya piel se fabricaban unos zapatos llamados «zebrunos».

No se han encontrado restos fósiles por el momento. Esa falta de restos y la abundancia de referencias escritas es la que ha obligado al profesor Nores a moverse entre la Filología, la Historia, la Zoología (su especialidad), la Paleontología y hasta la Genética, que es la que ha dado un último impulso a las tesis de Nores de que en España, y probablemente en toda Europa, podría haber existido un caballo salvaje –no un asno– cuyos núcleos se fueron fragmentando para dar lugar al cebro ibérico, al sorraia portugués, al tarpán de estepa ruso y al tarpán de bosque polaco.

El profesor Nores mantiene la teoría  de que su extinción se debe a que “se aprovechaba su carne y su piel; a que ocasionaban mucho daño en los cultivos de trigo y también en las piaras de yeguadas domesticadas, de las que los machos salvajes se llevaban a las hembras. Durante la reconquista, los cristianos usaban también su piel para fabricar escudos por lo que según esta avanzaba, iban desapareciendo”, concluye.